Las aventuras de Ulises: los lotófagos y Polifemo
Después del episodio con los cicones y tras la tormenta que les hace perder su rumbo cuando tenían Ítaca a la vista, Ulises y los compañeros que han sobrevivido navegan por el mar desconocido: propiamente ahora comienza la Odisea. Cuando las aguas se calman, los griegos descubren una línea de costa. ¿Dónde se encontrarían?
Una vez en la orilla, Ulises envía un pequeño grupo para que se adentre en aquel territorio y se informe sobre las gentes que lo habitan. El grupo entra en contacto con los indígenas del lugar. Se les trata con una amabilidad exquisita, se los agasaja, se los invita a un banquete con el plato preferido de aquella tierra: el loto, delicada planta.
Los lotófagos, los comedores de loto, no eran un pueblo hostil. Pero el problema era otro: los hombres, al participar de su banquete, al comer su planta, se olvidan de todo, pierden la memoria, se desentienden de su vida pasada. Cuando los emisarios regresan a la orilla, en donde los esperaba Ulises, se niegan a partir, sin poder explicarse. Su único deseo era permanecer allí, en aquella tierra, comiendo loto, sin preocuparse de sus familias que, desde hacía tanto tiempo, no tenían de ellos noticias.
Aquello aterroriza al resto de griegos. La odisea de Ulises representa el triunfo de la perseverancia, de las raíces invisibles que mantienen vivo en él el deseo de volver a Ítaca, su patria, pese a tantas y tantas peripecias experimentadas. Así que Ulises obliga por la fuerza a subir a las naves a los que, por comer el loto, se habían olvidado de quienes eran y zarpa, presuroso, dejando atrás aquella extraña tierra de olvido.
De nuevo en la mar, una niebla espesa los envuelve. Tan densa que, en un momento, los marineros son capaces de ver siquiera lo que tienen delante. Así es como, sin poder evitarlo, literalmente chocan contra una pequeña isla. ¿Qué hacer? Los griegos necesitan agua y alimentos, así que Ulises, al mando de doce hombres, decide investigar la isla.
El islote está coronado por una colina. Hasta allí suben. Descubren una caverna. Con una boca de entrada descomunal. Los griegos penetran en la caverna y descubren unos quesos aireando. Los compañeros le recomiendan a Ulises coger los quesos y salir lo más rápido posible de allí. Pero, esta vez, al rey de Ítaca le puede la curiosidad. ¿Quién viviría en aquella caverna? Decide esperar…
Pronto escuchan unos ruidos que se acercan, como pies de elefante arrastrándose por el suelo. Es el Cíclope, ser gigantesco con un solo ojo en el centro de la frente, que llega con sus rebaños de cabras y de ovejas. Los griegos, al verlo llegar, se esconden, temerosos. Pero el cíclope los descubre. Ulises toma la palabra, y le dice que son griegos, que vienen de Troya y que han naufragado (esto último era, claro, mentira).
El Cíclope lo interrumpe, agarra a uno de los compañeros, lo golpea contra las paredes de la caverna y se lo come crudo. Enseguida, se come un segundo. Ulises y los suyos se ven perdidos cuando el Cíclope tapa la salida con una enorme roca, que son incapaces de mover. Llega la noche y luego la mañana. Dos hombres más son desayunados. Otros dos son merendados por el Cíclope al atardecer. Ya sólo quedan seis. Hay que hacer algo, pronto. Entonces Ulises despliega todo su encanto…
Conversa con el Cíclope, lo elogia, lo entretiene. Ulises es, del conjunto de héroes griegos, el que representa la astucia, la inteligencia. Es capaz, con sus palabras, de provocar interés en el monstruo. Éste incluso se presenta: Polifemo. ¿Y tú? le pregunta a Ulises. «Útis» responde el marido de Penélope. Útis, es decir Nadie (hay un juego de palabras, en griego, que en castellano se pierde). A continuación Ulises regala al Cíclope unas anforas de vino. Saciado por el banquete de carne humana y quesos de cabra, el vino lo embriaga: se duerme.
Ulises convierte un palo en una estaca afilada cuya punta quema con un fuego. Se coloca encima de la cabeza del Cíclope y se la clava en el ojo. El Cíclope grita de dolor. Grita tanto, pidiendo ayuda, que los Cíclopes de alrededor acuden a su llamada. Desde fuera de la caverna cerrada de Polifemo preguntan qué ocurre. «¡Nadie me ha hecho daño!». ¿Nadie? El resto de Cíclopes, pensando que es una broma, se van.
A los griegos ya sólo queda salir de la caverna. Es conocida su artimaña: atados en el vientre de los carneros u ovejas. Polifemo, ciego, palpa el lomo de cada miembro de su rebaño, pero no descubre el engaño. Mueve la roca y sale de la cueva con sus ovejas. Salen así también, Ulises y sus compañeros…
Publicado en: Los viajes de Ulises
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No me sale la vestimenta de los loto