Ulises en las puertas del Hades: la confesión de Aquiles

Heroes griegos

En nuestro periplo narrativo por las aventuras de Ulises (Odiseo) habíamos dejado al griego en los amorosos brazos de la maga Circe. El tiempo pasa y los compañeros que por entonces le quedan a nuestro héroes se aburren. Tenía que suceder: no eran ellos los que frecuentaban carnalmente a la hermosa y hospitalaria bruja, de manera que apremian al rey de Ítaca que, al fin, decide reanudar la marcha por los procelosos mares en pos de su patria.

“Llegaréis al país de la noche y de la bruma, al país de los cimerios, allí donde se halla la entrada del mundo infernal”, le dice Circe a Ulises. Y a continuación le explica lo que ha de hacer: tras arribar a determinado punto, verás un foso, degollarás un carnero. Hasta ti subirán los espectros de los muertos por millares. Tendrás que hacer beber a Tiresias de la sangre. Él conoce los designios divinos.

Dicho y hecho. Los griegos se echan a la mar (otra vez y van…), deseosos ya de acabar con esa maldición que los arrastra de un lado para otro como si no fuesen sino guiñoles sin voluntad. Llegan al lugar descrito por Circe y Ulises cumple con los ritos. Dispone la sangre todavía caliente del rumiante que debe reanimar a un muerto. Y en efecto, cual vampiros que reaccionasen ante el olor dulce del fluido vital, una muchedumbre de fantasmas, apenas evanescentes sombras, se acerca. El padre de Telémaco tiene miedo pero entonces distingue la silueta de Tiresias.

Tras haber bebido, el adivino le informa de que regresará a casa con Penélope. Así lo quieren los dioses. Al mismo tiempo, sin embargo, le narra el trágico destino sufrido por muchos de los guerreros de Troya, como el mismo caudillo Agamenón. El propio Ulises observa a su alrededor los espectros de algunos de los más ilustres héroes de aquella gran guerra. Por ejemplo, Aquiles.

No resiste la tentación de darle de beber un poco de sangre para hablar con él. Esta escena es una de las más recordadas y comentadas. De un lado el personaje principal de la Ilíada, el mirmidón Aquiles, del otro el protagonista de la Odisea, Ulises, señor de ítaca. O lo que es lo mismo, el héroe guerrero clásico (sus virtudes son la fuerza, el valor, el coraje) frente a un nuevo tipo de héroe (sus virtudes son la sagacidad, la inteligencia, la astucia).

Las palabras del orgulloso Aquiles son tremendas: “Preferiría ser el más pobre y sucio de los rudos campesinos que se revuelcan en los estercoleros sobre la tierra, que ser el gran rey Aquiles en este mundo de sombras subterráneas”.

Recordad el dilema implícito que recorre la Ilíada: Aquiles sabe desde su adolescencia que puede elegir entre una vida breve y gloriosa (recordada y admirada por los siglos de los siglos) o una vida larga pero sin gloria ni fama. El Aquiles vivo nunca dudó: la mejor muerte era la que dejaba tras de sí una estela heroica que impresionaría a las generaciones futuras. Ahora, una vez muerto, ve las cosas de otra manera: ¿por qué no habría elegido vivir el máximo tiempo, formar una familia, envejecer con una esposa, ser honrado por los propios hijos, etc? Se trata de una confesión brutal.

Pero los vivos tienen que continuar con aquello que justamente les falta a los muertos, su vida. Así que Ulises y los suyos se despiden decididos ahora sí a afrontar el último tramo de su ardua travesía. Hacen de nuevo una pequeña escala en la isla de Circe para aprovisionarse. La bruja les indica el camino advirtiéndolos de que pasar por entre las Rocas Móviles sería un suicidio. Lo mejor será, les dice, navegar entre Caribdis y Escila, lo cual era asimismo bastante peligroso. Además, una vez rebasadas, les estaría esperando la mortal seducción de las sirenas…

Publicado en: Los viajes de Ulises

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3 comentarios

  1. jenny hernandez dice:

    wow gran historia

  2. Leydy lady Garzon dice:

    baggggggg no sale naa de lo ke pregunto

  3. Angel dice:

    buena informacion me gustaria saver mas del libro me interesa

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